100K de aventuras, sufrimientos y alegrías

Siempre que voy a correr un ultramaratón recuerdo las palabras de mi papá que alguna vez me preguntó: “¿y por qué corres tanto?”. El recuerdo de ese momento da vuelta en mi cabeza mientras yo preparo las cosas para embarcarme en una nueva aventura, esta vez se trata de la primera versión de La Gran Travesía 100K que realiza Latitud Sur Expedition.

Cruzar desde Limache a Santiago por la cordillera de la costa es toda una hazaña y el tiempo no me ha alcanzado para prepararme como hubiera querido… Aunque eso es una característica en mí, nunca tengo el tiempo suficiente para entrenar focalizado en una carrera en particular, esta vez confío en el fondo acumulado en mi cuerpo para enfrentar estos 100K, con cerca de 14.000 metros de desnivel acumulado.

El día de la partida llega rápido y en plena plaza de Limache todos los corredores gritamos la cuenta regresiva. Escucho risas, aplausos, y bocinas que indican que esto ya comenzó… Los primeros metros son de asfalto para pronto ingresar a una suave pendiente que nos da la bienvenida a los bosques y senderos de la cordillera de la costa. El ánimo entre los ultramaratonistas es sensacional, todos vamos disfrutando de estos primeros kilómetros mientras nos acercamos al Cerro La Campana, lugar que nos espera con el primer punto de abastecimiento y un gran ascenso. Justo cuando llego a la base del Cerro La Campana me encuentro con Pablo Garrido, Director del evento, quien me comenta que la jornada está muy calurosa y vamos a necesitar harta agua para la ruta de día… Me despido y comienzo a subir junto a otros participantes, al poco andar comenzamos a visualizar las rocas que debemos sortear para llegar a la cumbre, son varios metros de puras piedras antes del punto de retorno. Hasta ese momento las energías están intactas, pero poco a poco el cansancio se hace presente y comienza a entrar en el juego de la carrera. Llego a la cumbre y veo que hay varios muchachos disfrutando de la espectacular vista a los valles del sector, les sonrío rápidamente y me giro para comenzar la bajada. Durante el retorno me encuentro con varios amigos que dan dura batalla a las rocas, y en pocos minutos llego nuevamente al abastecimiento donde relleno líquido y continuo la marcha hacia el Cerro Penitentes. Durante el recorrido hacia ese punto decido apurar el ritmo y comienzo a pensar en recuerdos del colegio, mis compañeros de ese momento, y las veces que jugábamos en los recreos, estaba en eso cuando tropiezo con una piedra y caigo a tierra azotando la espalda contra las piedras del suelo, menos mal giré rápidamente y no me raspé tanto los brazos, pero me percaté que dos de los geles que llevaba de reserva se habían roto. Supe que en algún minuto me harían falta, pero me puse a trotar nuevamente para no perder tanto tiempo en la caída, y olvidar pronto los dolores.

La subida al Cerro Penitentes es muy exigente, no suelta en ningún momento y demanda gran gasto de energía. Al llegar a la cumbre nos esperaban varias cuerdas para poder cruzar las grandes rocas, a mí me pareció que ya era alto el desafío de subir hasta ahí para luego comenzar a escalar, pero claramente era la única forma de cruzar la cumbre, ya que el roquerío era monstruoso, y había que dirigirse a Cerro El Roble… Cuando comencé a bajar el Cerro Penitentes necesité los geles que había perdido en la caída, ya estaba sin mucha energía, mis piernas reclamaban carbohidratos y faltaban cerca de 15K para llegar al campamento donde se completa la primera mitad de la carrera. Con más cabeza que físico trataba de avanzar rápido hacia ese punto sin importar cuantos corredores me sobrepasaban mientras iba atravesando el Cerro El Roble y caía la tarde con un viento cordillerano que agradecí en ese minuto, ya que muscularmente iba destruido; solo pensaba en lograr llegar al campamento y comer lo que había llevado para encarar los siguientes 50K con noche incluida.

Antes que se oscureciera totalmente alcanzo a llegar a los 50K y el tan ansiado campamento, donde me espera ropa de abrigo y comida para recobrar fuerzas y enfrentar la segunda mitad de La Gran Travesía. Me tomó más tiempo del programado cargarme nuevamente de energía, pero luego de 45 minutos enciendo la linterna frontal y comienzo el ascenso al Cerro Vizcacha que era la primera cumbre de esta segunda parte de la competencia. Las luces de los corredores que me antecedían era un espectáculo aparte para lo duro y zigzagueante que fue el Vizcacha, sin embargo y lo tragicómico esta aún por venir, ya que una vez arriba y luego de algunos kilómetros se nos perdieron las cintas que marcaban la ruta. Y quienes buscábamos la señalética éramos decenas de corredores que en ese punto de la noche odiábamos el marcaje en esa zona. Entre todos nos apoyábamos y gritábamos cuando veíamos alguna señal, y así atravesamos varios kilómetros hasta que las cintas o el camino nos permitieron correr más rápido.

La noche no estuvo tan fría, lo que permitió que en los puestos de abastecimiento recargáramos líquido y continuáramos camino hacia la meta sin tantas pausas, evitando tropezar en medio de la oscuridad. Debo reconocer que me gusta correr de noche y sobrellevo de mejor forma el frío que el calor en cuanto al running se trata, así que pude avanzar de muy buena forma los kilómetros nocturnos, sorteando uno que otro desnivel que nos presentaba la ruta. LLegó el amanecer y con ello ya nos enfrentábamos a los últimos kilómetros del circuito que tampoco serían nada fácil, ya que tras pasar el último punto de abastecimiento, se nos presentaba una larga y brusca pendiente hacia Lampa donde había que dominar cada paso para no dañar la afectada musculatura. Recuerdo que hubo zancadas donde me dolió hasta el pelo, pero las ganas de cruzar la meta antes de las 24 horas eran mayores y me generaba mucha ansiedad ese momento, así que debía apurar el paso dejando de lado los dolores y tratando llegar muy pronto al sector bajo del cerro. De pronto sentí ruido de parlantes, música y micrófono, así que supe que estaba a muy pocos kilómetros de completar el desafío en el sector de Chicauma.

Llego abajo, cruzo un camino y comienza una larga recta que guía hacia la meta… En esos metros, en esos pasos antes del final, uno siente tanta satisfacción que son pocas las palabras que pueden describir esos segundos antes de cruzar la meta. Recuerdo que sonreí mucho esos metros cuando veía que me acercaba al pórtico de llegada, y que Cristian Valencia -animador del evento- mencionaba mi nombre y el hecho de finalizar antes de las 24 horas el demencial recorrido.

Sobran las palabras de emoción y agradecimientos para todos los que hicieron posible vivir esta nueva aventura, sin duda que uno se siente afortunado por la oportunidad de experimentar el agotamiento, el dolor, el cansancio, el hastío, y poder sobreponerse a todo ello con el fin de cumplir un objetivo, de vivir una aventura más en medio de la naturaleza, un desafío que sin duda quedará en los recuerdos personales como una de las mejores metas que he cruzado. Debe ser por estas sensaciones de vida que me gusta correr tanto… A todos: GRACIAS!!